viernes, 4 de noviembre de 2011

El Jilguero del Huascarán



Vigencia cultural de un cantor popular (*).

El próximo 7 de Noviembre Ernesto Sánchez Fajardo cumpliría 83 años.

Por: Jinre. (Músico).

¿Cómo empezar a hablar de Ernesto Sánchez Fajardo en las actuales épocas que nos toca vivir?, ¿cómo intentar dar un énfasis sobre su larga y variada forma de asumir la vida y ponerla en relieve en estos tiempos?

En suma, ¿cómo expresar un sentir respecto de todo el universo personal de su actuación y trabajo sin caer en la omisión de hechos que con seguridad moldean toda su integridad como artista, como ser social?

Son muchas las preguntas que nos suelen asaltar cuando se trata de reflexionar sobre la vida de un artista trascendente como lo fue don Ernesto Sánchez Fajardo. Precisamente, estas interrogantes son las que nos permiten pensar en algunos aspectos que desde muy niño alimentaron nuestra reflexión sobre su vida dentro del camino de la música, la misma que ahora deseamos compartir.

Lo primero que recuerdo como inicial información sobre El Jilguero del Huascarán se remonta a un hecho anecdótico que fue reiterado en mi niñez: mi hermano mayor, de quien recuerdo gustaba mucho de las baladas en español y de las cumbias de los grupos de moda durante la década del 70 del siglo pasado, solía entrar a la casa cantando desde la puerta de la calle una canción llena de coplas pícaras en letra y de ritmo alegre que se haría muy conocida en aquellos tiempos; la canción que después lograría identificar era: “Carrito del Gobierno”.

Algún tiempo después, la reflexión que tuve fue: ¿cómo era posible que mi hermano, quien nunca escuchaba y cantaba huaynos, y que valgan verdades, se encontraba muy lejos de cultivarlo, se vio tentado y movido de pronto a aprender la letra y melodía de una canción como la mencionada?. Alguna razón debía existir.

En ese entonces, mi sorpresa fue grande cuando buscando entre los discos que la familia tenía y que se solían reproducir en aquellos tocadiscos en forma de maletín pequeño, logré identificar al huayno que mi hermano cantaba. Al escucharlo, misteriosamente las ganas se multiplicaron y comencé a buscar más grabaciones de la pequeña colección familiar para prestar atención a quien en ese momento ya se me presentaba con nombre propio: “El Jilguero del Huascarán”. Aquellas horas de audición constante fueron el primer momento de intimidad e inicial conocimiento de su trabajo musical.

Sin saber aún por aquellos días que el camino de la música me abrazaría para siempre, debo decir con total sinceridad y admiración, que años después reconocí aquel momento como una revelación, que aquella primera experiencia auditiva fue una mezcla de muchos sentimientos y el descubrir de un conjunto de bondades que ahora reconozco alimentaron mi aprecio y gusto por este artista y por nuestra música tradicional peruana, la misma que por esos años comenzaba a abrirse ante mis ojos y oídos.

Trabajo y personalidad artística.

El timbre de voz distinguido y con un brillo particular, viril e inconfundible entre otras voces, la rica recreación auditiva que me generaba la conformación de los diferentes instrumentos con los que solía realizar sus grabaciones, los colores que pintaban en la imaginación el sonido de las voces femeninas, y en otros casos mixtas, de los coros que acompañaban sus chuscadas y huaynos de esencia tradicional, se convertían sin duda en una nutrida información sonora que de manera distinguida alimentaban nuestro gusto musical. Poco tiempo después, quedamos aún más cautivados por los cambios en los formatos propuestos para el acompañamiento de sus canciones, a saber, pasando desde de su modo interpretativo personal realizado con Guitarra en mano, la misma que llevaba la línea melódica de la canción entonada, con la consiguiente afinación o temples tradicionales que le impriman un carácter poderoso y de personalidad artística regional inconfundible, para luego pasar a escuchar su trabajo en otras conformaciones de orquestación, tipo estudiantina -Violines, Guitarras, Mandolinas, Quenas, Acordeón, Etc.- las que eran acompañadas por las inconfundibles palmas que repiqueteaban las alegres fugas sumando alegría sin igual.

Después, y con mayor sorpresa aún, resultó conmovedor identificar en sus grabaciones su canto acompañado por las tradicionales “Roncadoras” (Pincuyo y Caja)…y ese “Te - tumbo – te tumbo-…” de su hondo percutir que llegaba a estremecer desde el estómago hasta el pecho. Como si esto no bastara, redondeaban su variada producción, el atrevimiento y la virtud de llevar imaginariamente la algarabía y colorido de las plazas pueblerinas, de las fiestas costumbristas celebradas en las callecitas inclinadas de nuestra serranía, al surco de un disco, cuando se hacía acompañar por las Bandas de Metales a ritmo de trompetas, bajos, redoblantes y bombos. Todo esto, nos hablaba de un artista lleno de ingenio y atrevimiento que trabajaba con pasión por nuestra música nacional.


Sin duda alguna, identificar toda esta rica variedad de expresiones en el trabajo de Ernesto Sánchez Fajardo fue el alimento insoslayable que nos invitó a reflexionar desde hace muchos años sobre la trascendental obra de este artista nuestro.

Puedo decir hoy en día, con seguridad, que el canto y forma de asumir su trabajo artístico, con ese variado colorido musical que derrocha esfuerzo e imaginación, se constituyeron en un conjunto de bondades que en lo personal, me resultaron difíciles de ignorar, y hay que decirlo, incluso para muchos otros, quienes como mi hermano mayor, estaban lejos de acercarse a un huayno de esencia tradicional.

¿Por qué me permito expresar estas reflexiones? Pues porque desde mi sentir, llego a la conclusión que ningún otro artista de origen andino como el Jilguero del Huascarán ha realizado su trabajo con tanta variedad de expresiones y apelando a los diferentes formatos de acompañamiento musical como los realizados en sus grabaciones, los mismos que hasta el día de hoy, nos brindan una recreación auditiva que identifico como una permanente invitación (aun desde un estado inconsciente) a multiplicar y enriquecer nuestra capacidad perceptiva, y sin duda alguna, nuestra sensibilidad; en sus expresiones, como las podemos encontrar en otros tantos lugares de nuestros pueblos del interior, encontramos el abono que alimenta nuestra información e imaginación y nos permite identificar a plenitud lo que alguna vez escuché decir a un grupo de amigos pintores: “los colores de la música” que pueden caracterizar el repertorio de una región determinada.

Todas estas bondades que ahora pretendo describir en alguna medida, sólo pudieron ser realizadas por un ser de espíritu inquieto, con especial dedicación y celo por su trabajo, y en virtud a su legado musical, por una persona poseedora de una gran amplitud que sentimos caracterizó sus concepciones estéticas para asumir su trabajo musical dedicado a su tierra, al Perú. Identifico en El Jilguero del Huascarán un carácter innovador y con un irrenunciable amor por su pueblo, por sus paisanos, los que se convirtieron en motor constante de su inspiración.

Algo que debemos resaltar, es que más allá de su labor como músico, cantante y compositor, identificamos también en El Jilguero del Huascarán al ser social, al que supo entender que la condición de asumirse como Artista (con mayúsculas) no tenía por qué estar desligada (y tal vez no tiene porque estarlo nunca) de su condición de hombre, de ciudadano, de persona que vive y habita en una sociedad determinada, sin pasar por alto fenómenos económicos y políticos, conflictos, urgencias, necesidades, exclusiones, marginaciones, sentimientos de indignación, afectaciones a la dignidad humana y justas denuncias que revelar, hechos que El Jilguero del Huascarán los hizo suyos sin renunciar –es lo que siento - a la esperanza por mejores tiempos; de él recordamos siempre aquella frase que se eleva como una especie de himno de fe con la cual termina una de sus canciones de compromiso: “Arriba, Arriba, patria querida y los peruanos de corazón, no permitamos la mala vida, la mala vida de la nación”, que junto a tantas otras canciones nos hablan de un cantor comprometido con su tiempo.

Es en estos rasgos del hombre, de aquel que poco a poco supo ganarse la admiración y aprecio de miles de personas llevando el canto de su pueblo como arma de trabajo, que ahora deseo reflexionar.

El entorno social.

Hablar de la Vigencia del Jilguero del Huascarán en estos tiempos es hablar, tal vez sin habérnoslo propuesto, de una invitación a la reflexión constante sobre el devenir histórico de nuestro quehacer musical, una invitación a reformular los conceptos del llamado “sentido común”, a repensar nuestra experiencia reciente para decirnos a nosotros mismos: ¿Cuánta falta nos hacen hoy en día contar con cantantes y compositores que no sólo convoquen a miles de personas, o que llenen plazas y locales semana a semana, sino, y por sobretodo, -contar- con personas, Seres Humanos, que puedan abrazar junto a su trabajo musical, la necesidad de mirar a la patria, a sus habitantes de vida sencilla, alimentarse de sus vivencias para de esta forma sentir con elevada emoción el compromiso de cantarle a sus paisanos?. ¿Cuánta falta nos hacen aquellos que asuman en su canto las necesidades y urgencias de sus compatriotas, sus alegrías, sus inocencias cotidianas, la picardía traviesa de su idiosincrasia, y asumir también a voz en cuello las denuncias que surgen de una sociedad agrietada por gruesas diferencias sociales?, ¿cuánta falta nos hacen artistas que le canten a sus hermanos sin traicionar los ritmos, cadencias y los estilos que habitan en la memoria colectiva que caracterizan a cada uno de nuestros pueblos?, ¿cuánta falta nos hacen artistas que no sólo se conformen con reunir a miles de ensordecidos bailarines, sino que se comuniquen adecuadamente con ellos y lleven en su canto la reflexión necesaria y hondo sentir por los problemas que puedan aquejar a sus pueblos, o su vida cotidiana?.



En los últimos tiempos, hemos asistido a fenómenos de uniformización y producción en serie de expresiones estéticas que amalgamadas con el negocio de la venta masiva de cerveza –hay que decirlo- vienen dando como resultado la producción de formas musicales en serie, acompañadas de letras en su mayoría “autodesangrantes” y con sobreestimaciones al consumo del alcohol, en suma: propuestas que estimo se muestran como insustancialmente colectivas en casi la totalidad de los casos, de rítmica y arreglos pobres que no exhiben o distinguen características y estilos regionales -la cantante de Cajamarca, la de Huánuco, la de Cuzco, etc. todas ellas quieren tocar y cantar igual, bajo los mismos patrones rítmicos y formatos porque es lo que asegura el éxito comercial el mismo que lamentablemente va encadenado al mediatismo existente-, expresiones que se han limitado a exaltar y justificar su éxito en las grandes cifras monetarias que arrojan semana a semana sus presentaciones. Este fenómeno, sin duda, se ha constituido en un éxito comercial impresionante de elevada rentabilidad sin precedentes en la historia nuestra. Y por otro lado, contamos también en escena con la presencia de jóvenes músicos de origen serrano o andino –en muchos casos poseedores de un gran talento y virtuosismo- quienes como sello común, incorporan a sus presentaciones posturas y ademanes interpretativos foráneos, como deslizando la idea que mientras menos te parezcas a los tuyos, estarás en el camino del éxito, es decir, la despersonalización como arma para el “reconocimiento”, aunque esto no siempre sea cierto.

Es claro que los últimos, caracterizan a una época en que oficialmente se exalta y elogia como virtud el “éxito individual”. El concepto de “persona exitosa” y “Número 1”, se constituyen hoy día en los derroteros y nuevos paradigmas. Lamentablemente, en ese camino también hemos visto cómo se puede recurrir a todas las armas posibles y hasta la conducta desaforada o indigna, para alcanzar la tan ansiada denominación de “Número 1.”

En una mirada de orden mundial, el fenómeno de la Globalización con sus connotaciones económicas se convierte en el sustento teórico que da vida y alimenta esta realidad. No obstante las bondades que de estas épocas –de la llamada globalización- podemos rescatar -como la multiplicación y velocidad de las comunicaciones y la masificación del acceso a la información en todos los ámbitos del conocimiento-, a contraposición, esta también ha traído consigo el resquebrajamiento del respeto a las particularidades, a los rasgos distintivos, a la diversidad de expresiones y al respeto y consideración que nos debe merecer el derecho a la cultura propia. Pareciera que los criterios de producción en serie y los estándares establecidos en los procesos de producción industrial, pretenden ser trasladados mecánicamente para interpretar la variada y compleja realidad social, vendiendo la idea de “poner precio” a todo cuanto existe y hacer vendible todo cuanto se encuentra a nuestro alrededor, agrediendo en este camino, por ejemplo, a las reservas y recursos naturales vitales para la subsistencia del hombre, pues finalmente, todo se mide en función a la maximización de las utilidades y al éxito comercial de un proyecto.



En ese camino, sin duda alguna se afecta la realidad de países que como el nuestro se constituyen en fuente de una rica herencia cultural, tan diversa, como tan ignorada en la mayoría de los casos. El respeto a la diversidad, el derecho a una cultura propia, a educarse y formarse, disfrutar y acceder al goce estético de nuestras expresiones y fomento de estas, por lo menos, no sintoniza con estos modelos económicos que pretenden imponer sus postulados desde ciertas metrópolis como una verdad absoluta. En ese sentido, son muchos los ejemplos de agresión e intolerancia que existen en el mundo, desde la agresión de la gran minería a la vida y al entorno natural, hasta el bombardeo de ciudades enteras por el “pecado” de sus poblaciones de asumir conceptos de vida diferentes al del mundo occidental, y sin ir muy lejos, hasta creer y hacer apología de que existen ciudadanos de “segunda categoría” o “perros del hortelano” en el interior de nuestra patria, porque cometen el pecado de oponerse a que sus ríos (que son sus carreteras), su entorno, sus tierras de cultivo, sus espacios de vida, sean agredidos y privatizados con el tóxico humo de la modernidad que no consulta, que no considera al otro, que soberbia y prepotente pretende enseñarnos a la fuerza lo que es el “desarrollo”.

Vigencia del canto de El Jilguero del Huascarán

Entonces, acude nuevamente la pregunta y con ella la reflexión que mencionamos al inicio de este artículo:

¿Cuál es la vigencia cultural de El Jilguero del Huascarán en estos tiempos que transitamos?. Creo con sinceridad que dicha vigencia se expresa en la necesidad que hoy en día tenemos de contar con espíritus inquietos que en su quehacer cargado de ingenio, nos recuerden como El Jilguero del Huascarán que hay que mirar respetuosamente a nuestros pueblos, que nos recuerden la necesidad de cantar con nuestra propia voz, de comprender la risa y llanto propios, que nos ayuden a revertir un dolor, una adversidad, o simplemente, reflexionar sentidamente por la herida que nos causó el amor que se fue; pero también, que nos recuerden la necesidad de entender la rica variedad y colorido de nuestras expresiones musicales y rescatarlas del sometimiento al criterio exclusivo y uniformizante del negocio interesado.

Siento que en estos tiempos en los que actuamos sin mirar al otro, nos hace falta alguien que masivamente nos recuerde aquella “rosa roja que nos colgábamos en el pecho el día de la madres”, tradición bella que quién sabe por qué motivos dejamos en el olvido; alguien que nos devuelva la necesidad de saber que hay que cantarle a la patria, a los pueblos con nombre propio, a los precursores de nuestra peruanidad, a los héroes dignos de recordación. Creo que es necesario que en estos tiempos podamos tener trabajadores del arte que miren de frente a la patria, que no se cieguen por ser los “número 1”, que su canto nunca renuncie al mensaje que nos haga conscientes de lo que vivimos, que nos enseñen que el cambio no significa deshacernos de todo lo anterior, sino asimilación, para aprender de él y avanzar con respeto por lo que fuimos y seremos. Nos hacen falta almas de artistas populares innovadores, inquietos, lúdicos si se quiere, que a su vez muestren respeto sincero y amor por nuestras expresiones. Cantores, cantoras que nunca dejen de sentir la necesidad de seguir estudiando, de ser mejores para retornar nuestro trabajo nuevamente al pueblo de donde se vino y se aprendió, hacer tangible lo que nuestro César Vallejo nos dijera, que “todo acto o voz genial viene el pueblo y va hacia él”; espíritus que convoquen, que hablen con igual cariño y respeto de otros pueblos como el propio donde se nace; que sientan la necesidad de tomar militancia política o gremial para luchar por lo que se observó y aprendió cantando de pueblo en pueblo.

Hoy más que nunca necesitamos a quienes sientan el dolor del que sufre como si fuese propio, a quienes usan su propio trabajo como arma de combate para no perder la esperanza por un mundo más justo y solidario, como considero lo hizo el Ernesto Sánchez Fajardo “El Jilguero del Huascarán”.

“Ernesto Sánchez Fajardo, desde que tu infantil espíritu inquieto te ordenó desde lo más hondo salir a caminar por el mundo, de pueblo en pueblo, aún a costa de alejarte de Papá Emilio, una constante de enseñanzas te prodigó la vida: te hiciste obrero de campo y viviste en carne propia la explotación del caucho. Tiempo después, te ganaste la vida como ayudante en el mercado de frutas y también cantando y vendiendo luego los cancioneros que te permitían salvar el alimento del día. Al poco tiempo, pasaste a trabajar formando parte de las grandes compañías de música como danzante, músico y cantor, abriendo tu senda de artista. En ese camino, no dejaste de lado la necesidad de aprender siempre más y te hiciste multiinstrumentista, sentiste que debías estudiar nuevas técnicas de canto, teoría musical y lo hiciste, aun así, no abandonaste nunca ese perfil que permitía identificarte como cantor popular, título que con orgullo llevabas como bandera.

Tus virtudes fueron las armas de tu alma que hicieron de ti un cantor querido, admirado, y hay que decirlo, consagrado como pocos a pulso de trabajo sin pausas. Pero en ese camino, con seguridad también estuvieron presentes los golpes de la vida, los desaciertos y errores, todos ellos, sumando a lo que fue tu integralidad como persona, porque finalmente y después de todo: somos seres humanos y nada humano, nos es ajeno. “

En estos tiempos, siento que la voz de “El Jilguero del Huascarán” cobra vigencia por todo cuanto ahora hemos tratado de reflexionar, que laten con fuerza sus esperanzas y espíritu inquieto en cada hombre de buena voluntad, en cada grito de indignación, en cada paisano que no traiciona y se siente orgulloso de su tierra, en cada artista que viste con orgullo los colores de su tradición.

Siento que en estos tiempos sigue vigente su ejemplo de artista popular que admiraba y respetaba la multiculturalidad del Perú, esa que hoy se pretende agredir. Siguen vigentes sus versos de amor por aquellos seres que nunca olvidó. En ese andar, fue condecorado y los mayores éxitos y reconocimientos también golpearon su puerta – fue el primer artista de origen andino en recibir el “Disco de Oro” por record de ventas-, luego fue elegido Congresista Constituyente de la república desde donde propuso leyes para dignificar la labor de los artistas y en favor de nuestras culturas, y en medio de todo esto, siguió siendo reconocido por su labor y celo dentro de la difusión de nuestra música tradicional.

Recordado Jilguero del Huascarán, al conmemorarse un aniversario más de tu nacimiento, siento que estás presente en ese poncho y sombrero que nos evoca la lucha justiciera de Luis Pardo. Siento que sigue vivo aquel silbido melódico, travieso y atrevido en quienes te seguimos escuchando con cariño, respeto y admiración, como con seguridad te recuerdan con profundo amor “la bollito”, “la coquito” y “Marujita”, aquella rosita en botón de la primavera que acompañó tus días, o el grupo “cambalache” en pleno, quienes junto a tu pueblo, alimentaron tu sentir de hombre, de artista.


Sin duda, el canto y la obra musical de El Jilguero del Huascarán sigue vigente, lo hemos visto y escuchado en los músicos y cultores honestos de nuestra capital y del interior de nuestra patria que no renuncian a ver a nuestro suelo limpio y esperanzado en mejores tiempos. En los que estudian con responsabilidad y seriedad nuestras culturas, en los que llaman a las cosas por su nombre, sin eufemismos, ni generalidades que confunden. Ernesto Sánchez Fajardo, hoy aún se escuchan tus canciones en los sindicatos, en las universidades, en las fiestas pueblerinas, en las universidades, también en los Bares y Centros Culturales, en las celebraciones familiares y hasta las bandas de rock también musicalizan tus canciones haciendo suyo tu trabajo, y como expresión de elevada belleza, estás presente en los coros de niños que desde las escuelas iniciales hemos visto que te rinden homenajes, adoptándote como un padre o un abuelo cultural. En todos ellos, tu legado junto al de otros que le cantaron con honestidad a nuestra patria, está vivo y latiendo en el corazón de nuestros pueblos.

(*) Ponencia realizada en el conversatorio: "Vigencia Cultural de un Cantor Popular: El Jilguero del Huascarán", realizada en la Biblioteca Nacional del Perú. Lima/2010.





(**)Fotos pertenecientes al archivo fotográfico de la Sucesión Sánchez Fuentes.

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